La de Echevarren no es una opinión extraña en el mundo inmobiliario, sobre todo en el hotelero, que está volviendo a resurgir de sus cenizas tras los años de la crisis. El derribo de edificios históricos para especular con el suelo y realizar construcciones de difícil rentabilización está a la orden del día y, si no se controla el ímpetu desregulador, seguirá depredando la historia arquitectónica y cultural de las ciudades. Echevarren también comentó que “los gobiernos pasan y los inmuebles se mantienen”, a lo que añadió que “la ciudad de Madrid requiere de una visión estratégica a largo plazo respecto a la ciudad que se quiere”. Sin duda, las empresas inmobiliarias también necesitan una visión estratégica y un freno a su voracidad para cerrar operaciones que engrosan sus balances.
El Ayuntamiento de Madrid ya rebajó el nivel de protección del Edificio España para que el comprador chino pudiese vaciarlo como un cascarón, a condición de dejar intacta la fachada y los laterales. Es suficiente para un inmueble que forma parte de la identidad de Madrid y de su imagen. Despojar a la ciudad del Edificio España supondría arrancarle un elemento fundamental de su mejor perfil: el que se puede observar desde el Noroeste, accediendo por la autovía de La Coruña (A6).
Además, el Edificio España es histórico en sí mismo. Se construyó entre 1948 y 1953 por los hermanos Otamendi y fue el más alto del país hasta que se erigió en sus inmediaciones la Torre Madrid y, con posterioridad, el resto de rascacielos de la capital. Hasta 2006 estuvo operando en su interior el Hotel Crown Plaza, un centro comercial y diferentes oficinas. Y, además, contaba con 32 ascensores. Un hito tecnológico para la España posterior a la guerra civil. Pretender su demolición usando como pretexto la modernidad es una aberración. Con la excusa de lo moderno, muchos lugares de la geografía mundial están perdiendo su identidad en un mundo que cada vez globaliza más, desde la información, las ideas, los discursos hasta la arquitectura.
Lo fácil es plegarse a la corriente mayoritaria. Lo fácil es acceder a las peticiones de los inversores que ponen sus millones sobre la mesa. En este caso, inversores chinos y, en otros, árabes. No hay que olvidar que con el dinero se imponen unos usos culturales, una forma de hacer las cosas. No es malo si se genera un enriquecimiento recíproco. Es peor cuando pretende erradicar la cultura originaria. ¿Qué nos parará para derribar el Palacio Real, el Hotel Ritz o los palacetes que aún perduran en el Paseo de la Castellana? O usar los puestos de trabajo como otra excusa. Volvemos a caer en los errores previos a la crisis: España no se puede permitir ser un nuevo solar inmobiliario y debe basar su empleo en la cualificación, la investigación y el desarrollo, la tecnología punta. Debemos elegir: o dinero fácil y rápido, que viene y se va, o un modelo de crecimiento sostenido y con futuro a medio y largo plazo.
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