Los ciudadanos que viven en los países europeos occidentales o en América del Norte tienden a pensar que sus derechos sociales y facilidades de vida son inmanentes. Pero no es verdad. Esa es una de las cuestiones que viene a recordarnos la exposición fotográfica “Afganistán. Mujeres”, como una patada en la boca del estómago.
Como su título indica, las mujeres, como objeto inexistente para la cultura patriarcal y machista afgana, son las protagonistas de las imágenes captadas por la cámara de Gervasio Sánchez, uno de los fotógrafos españoles más reconocidos. La muestra se puede disfrutar en el Centro Conde Duque hasta el 27 de noviembre. No es una exposición redundante, a pesar de que el imaginario colectivo de la sociedad occidental sepa que las mujeres en Afganistán son menos que un cero a la izquierda. El hecho de haberlas obligado a llevar burka (prenda todavía impuesta algunas regiones del país) suponía su anulación en la vida civil, pero también en la familiar.
Los textos que acompañan a las imágenes, muchas de ellas crudas y duras, han sido elaborados por Mónica Bernabé, periodista que residió durante más de 10 años en Afganistán cubriendo la información de este país para el diario El Mundo. Aunque hay esperanza en algunas de las instantáneas, como las del equipo femenino de fútbol o de las boxeadoras, en general la sensación que queda es de desamparo absoluto. Las mujeres son mercancía en Afganistán: se compran y venden, casándolas en matrimonios de conveniencia en los que la familia de la novia obtiene importantes sumas de dinero, hasta 5.000 euros en un estado donde el salario medio son 100 euros mensuales. Así, la mujer se ve como un objeto que puede usarse, tirarse o golpearse sin miedo a sufrir represalias por ello.
Desde 2004, Afganistán cuenta con una constitución que reconoce la igualdad del hombre y la mujer frente a la ley. El código penal del país ha sido modificado para penar la violencia contra las mujeres, los matrimonios forzados y otro tipo de tropelías. Pero, a pesar de ello, la falta de recursos y de interés convierte estas normas en papel mojado. La tradición, incluso entre las propias mujeres, hace imposible aplicar esta normativa, que sólo podrá calar en la sociedad con las nuevas generaciones.
En 2001, un conjunto de naciones, dirigidas por los EEUU, invadieron el país asiático para luchar contra los talibanes, quienes habían dado refugio a Osama Bin Laden, el ideólogo de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York. Estos estados, entre los que se encontraba España, insuflaron decenas de miles de millones en Afganistán para intentar convertirlo en un país democrático y un lugar en el que las mujeres tuviesen oportunidades de desarrollarse como personas. Tras toda esa montaña de dinero sólo ha venido el fracaso más estrepitoso. Quienes gobiernan Afganistán son aquellos mafiosos de la guerra, jefes de clanes y tribus, que, antes de que irrumpiesen los estadounidenses, mantenían una guerra civil contra los talibanes. Y son de todo menos demócratas, amén de que muchos de ellos tienen en su pasado haber cometido crímenes y asesinatos contra afganos inocentes.
Sánchez y Bernabé han construido una exposición necesaria para despertar de este aletargamiento social en el que vive occidente ante la puesta en duda de algunos de sus valores como sociedad democrática. Ambos son periodistas con una amplia experiencia en Afganistán, que han vivido y convivido en el país fuera de los círculos de protección internacional. Sus fotos y sus palabras son la muestra de un fracaso colectivo, pero también la guía para ponerle remedio.